Sin duda, de los parásitos que nos amargan el día a día, tenemos entre nosotros en todos y cada uno de los niveles de la economía nacional a los de mayor poder dañino y más difícil de eliminar, el comisionista y su pariente el intermediario; nada les frena ya estemos en plena crisis económica o sanitaria, sino todo lo contrario, ese es el campo en el que mejor trabajan, y ahí es donde ponen de manifiesto la calidad humana, la ética y la honradez con la que manejan todo lo que este a su alcance y pueda dar más, más poder, más dinero.
En la reciente huelga de camioneros, nos informábamos de las dificultades de un trabajo de por sí ya difícil, la figura del intermediario que decidía cargas, rutas y pagos; los agricultores y ganaderos ven inflar el valor de su producto de cara al consumidor, porque se ven obligados a contratar con los intermediarios de turno que son los que sin el esfuerzo diario de producir llevan la mejor tajada del abastecimiento indispensable, y seguiríamos señalando oficios, trabajos en los que siempre figurará ese elemento discordante, tan peculiar y avispado que encaja en novela de la picaresca española y se ha hecho tan indispensable en nuestro día a día.
¿Y el otro, el comisionista?, aquí juegan muchas mas figuras que hacen fácil la existencia del personaje en sí, él por sí mismo no sería capaz de alcanzar grandes logros, necesita toda una trama de negligencias, descontroles, personajes turbios, allegados al poder y en casos al mismo poder si este esta y es lo suficientemente corrupto. Para qué recordar la judicialización de algunas tramas, la andaluza con los ERTEs, la valenciana de la época de de los edificios faraónicos, o la madrileña con “los ranas” de doña Esperanza, en todas ellas el comisionista hacía la vida fácil a vagos metidos a políticos y disfrutaba del protagonismo del que sabe mover los hilos en el momento y lugar oportuno con el beneplácito de sus colaterales.
¿Si aquello ya es tiempo pasado, para que tocarlo, cuando ahora Madrid vuelve a ser capital del chanchulleo?. De sobra conocida la trama de las mascarillas, con el aliciente de los personajillos protagonistas esta vez no solo por su carismática presencia en el papel cuché, mejor analizamos otro punto.
En una organización como el Ayuntamiento de Madrid, plagada de funcionarios de carrera, contratados de una u otra forma y amigos, asesores, técnicos….. nos encontramos que en una crisis como la del mes de marzo del 19, no había nadie capaz de encontrar punto de venta al que agarrarse y se tuvo que acudir al “listo” de turno, el que con su “buen hacer” consiguiese el producto indispensable para la vida de muchos, a cambio de llenar su cuenta corriente de dinero fácil. NO, no había nadie capaz, porque la realidad es que en la Administración se funciona por inercia pero nunca por imaginación. Y así los millones de euros de fondo público terminan en poder del pícaro, precisamente cuando la sociedad del bienestar se viene abajo y el hambre comienza a sacar a la calle las colas de familias en busca de lo indispensable para vivir.
Nada nuevo sin duda, en un país en el que triunfar es fácil por la vía de la ilegalidad, en el que el esfuerzo personal, individual, no se valora, simplemente se observa con cierta admiración pero con el consiguiente fondo de envidia, tan común entre nosotros.
Y bien sabe la sociedad que esta pasará, como pasaron otras, y seguiremos interesándonos por la boda, el divorcio y la traición de tal o cual, como dicen los niveles de audiencia televisiva, mientras los otros, los más listos seguirán en su insaciable labor dejando claro eso sí, que ni la ley ni el orden están hechos para su control, ahí está el ejemplo de los grandes, que saben cómo hacer y ser perdonados. D
